—Lo siento, Bren. ¿Qué decías?
—¡Que se ha ido la luz! Y que ha explotado algo. Por eso seguramente ha salido Johnny Trent.
—Henry —repuso él—. Johnny está en Rock, con los bomberos.
—Bueno, quien sea...
Empezó a sonar otra sirena, esta vez una de las más nuevas, a las que Duke Perkins llamaba Piolines. Debía de ser la Dos, Jackie Wettington. Tenía que ser Jackie, mientras Randolph vigilaba el fuerte meciéndose en su silla, con los pies plantados encima de la mesa, leyendo el Democrat. O sentado en el cagadero. Peter Randolph era un buen agente, y podía ser todo lo duro que hiciera falta, pero a Duke no le caía bien. En parte porque estaba claro que era un hombre de Jim Rennie y en parte porque a veces Randolph era más duro de lo que hacía falta, pero sobre todo porque creía que era un vago, y Duke Perkins no soportaba a los policías vagos.
Brenda lo miraba con unos ojos enormes. Llevaba cuarenta y tres años siendo la mujer de un policía y sabía que dos explosiones, dos sirenas y el corte del suministro eléctrico no sumaban nada bueno. Si Howie conseguía acabar de rastrillar el césped ese fin de semana. —o si llegaba a ver a sus adorados Twin Mills Wildcats enfrentarse al equipo de fútbol americano de Castle Rock—, ella se llevaría una buena sorpresa.
—Será mejor que vayas—dijo—. Algo se ha venido abajo. Solo espero que no haya muerto nadie.